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viernes, 5 de noviembre de 2010

Montaje Liebestod


La idea primaria era hacer un montaje usando el bolero de Celia Cruz "Te busco", pero como me salió tan extenso el metraje y no quería cortar absolutamente nada, puse -casi- a regañadientes la que yo considero la opera romántica más hermosa de todas. un fragmento del aria liebestod de "tristan e isolda" de Richard Wagner. Espero lo disfruten a pesar de su extensión...

Wake in Fright (Ted Kotcheff. 1971)

Cuando escribía un primer borrador de esta pequeña apreciación, cosa que no suelo hacer en medio de una clase, a menos que sea tremenda e

insoportablemente aburrida, me hallaba en un lugar propicio para hablar del filme por el que me desvele la noche anterior. Estaba encerrado en las cuadro paredes de un aula universitaria oyendo (no escuchando) al profesor de turno hablar sobre la hacienda pública y el derecho tributario, cosa que en mi no suscita un mínimo interés. Y observando en derredor las caras largas, los ojos entrecerrados, pies balanceándose, en fin, una veintena de seres actuando por inercia, aguantando sin desfallecer hasta que el reloj del profesor (que usualmente está más atrasado que el de sus discípulos) marcase ya la hora propicia para ir a almorzar.

Para no irme por la tangente, así también comenzaba “Wake in fright” (retitulada “despertar en el infierno”) una película que ostenta justificadamente su status “de culto” y que hasta hace poco era algo así como el santo grial de la industria fílmica australiana, perdidos sus rollos originales sabrá Dios (o el diablo) donde, y como ya apunté, recientemente rescatado y restaurado en una calidad más que aceptable. También ha sido objeto de comparaciones (para nada odiosas) con la controvertida obra maestra de Sam Peckinpah “Straw Dogs” (Perros de Paja. 1971). Además de ser notables; en ambas se discuten los ritos masculinos, pruebas mortales en las que se verá al final de que esta hecho cada uno, si es capaz de defender su integridad física y mental abandonando el raciocinio y el dialogo, en consecuencia usando la fuerza como el único recurso valido en tierra de nadie.

En una lectura lineal de esta obra se nos presenta a John Grant, un hombre ensimismado y medianamente culto, delegado (o condenado, como a él le gusta pensar) por el sistema educativo como profesor en una zona remota del desierto, que suele calmar su ansiedad a base del néctar australiano por excelencia, la cerveza. Lo único que anhela este individuo será visitar a la novia que le espera en la civilización (Sidney). Para ello encuentra la oportunidad perfecta en las vacaciones navideñas. La antesala de la odisea de supervivencia que esta por vivir la experimenta en un salón de apuestas donde, cegado por la codicia pierde todo su dinero. Conocerá luego al “Doc” Tydon (Donald Pleasence) y a sus singulares compinches, quienes lo introducirán en juergas que además del alcohol y la velocidad, incluyen la indiscriminada y brutal cacería de canguros.

En los primeros minutos, una ínfima porción del desierto australiano nos es expuesta a través de un movimiento de 360°, denotando como a pesar de la inmensidad imaginable de estas tierras áridas, seremos testigos de la claustrofobia, asfixia y sofoco que es capaz de producir el sol al golpear con toda su fuerza sobre suelo estéril.

La sequedad y desolación es palpable tanto en el ambiente como en los integrantes de esa pequeña comunidad en el medio de la nada, grandes y chicos compartiendo un salón y esperando con afán a que el maestro Grant de por terminada la sesión para poder cada uno dirigirse a su hogar y así poner en marcha sus deseos particulares, en el caso de Grant, se desencadenarán eventos difíciles de olvidar, que lo pondrán de cara con un salvajismo y crueldad desconocidos para él, seductores al principio y más tarde recrudecedores de apetitos primitivos y de la autodestrucción.

Como obra digna de su tiempo, existencialista y angustiante, relata otro intento de escape de un modo de vida monótono, ordinario, vacuo, de prisiones autoimpuestas y de constantes choques que frustrarán el deseo motor del protagonista central. Preso de un desequilibrio mental propulsado por la bebida, tramará la limpieza de todo rastro del destrozo que causó en calidad de autor y/o cómplice y de paso se vengará de quien él considera el principal instigador de todos sus males: el personaje interpretado por Donald Pleasence, quien al final resulta casi que una figura mefistofélica.

El pujar infructuosamente por la consolidación de un sueño, que este le estalle a uno en la cara y refleje una fiera bestia interior es motivo para que el acongojado Grant se encuentre de nuevo en la misma encrucijada que al principio, condenado a vivir un tortuoso ciclo sin fin.

domingo, 12 de septiembre de 2010

Últimos días de la víctima (1982) Adolfo Aristarain

-"Las mujeres solo traen problemas"- esa frase es pronunciada constantemente en las tres obras de Adolfo Aristarain que he tenido la oportunidad de visionar esta semana.

Parecen resumir que en su cine, inevitablemente y para desdicha de aquel inadaptado, miserable y añoso protagonista masculino, capaz de llegar al mismo infierno por intereses materiales; el camino siempre se le trunca por culpa de una fémina.

Aquí no hay excepción a esa regla. Aristarain vuelve a las calles para retratar el oficio puntual y metódico de un asesino a sueldo (otra vez un formidable Federico Luppi) un ser sin la menor compasión por el prójimo, a excepción notoria de un colega (Ulises Dumont, secundario de lujo de cada entrega del director) y de, por supuesto, unas cuantas mujeres que le saldrán al paso. Pero hay una en especial frente a la que su "ética profesional" comienza a flaquear, nada menos que la mujer de su siguiente víctima.

Me arriesgo a decir que esta sombría exposición de la solitaria vida de un artista del crimen no tiene nada que envidiarle a lo mejor del cine polar de Jean-Pierre Melville (Le doulos, le samourai) que Luppi está una vez más en estado de gracia, y que la trama laberíntica bien podría hacer orgulloso hasta al más versado literato nacido en tierras gauchas, Jorge Luis Borges.

sábado, 11 de septiembre de 2010

Tiempo de revancha (1981) Adolfo Aristarain

Aristarain da un golpe más feroz y contundente a la sociedad argentina, denunciando el abuso de poder de las grandes empresas y las peligrosas condiciones a las que someten a sus empleados, quienes deben regirse además por un código de silencio, el llegar a romperlo les implicaría una confrontación tipo David y Goliat de la que no saldrán muy bien parados.

Federico Luppi interpreta magistralmente a uno de dichos obreros: Pedro Bengoa, un veterano dinamitero que al conocer el alto riesgo de su oficio en una mina de cobre decide junto a un cómplice iniciar un accidente y fingir que ha perdido la capacidad de hablar, para así lograr que la avariciosa empresa contratante les pague una cuantiosa suma que les permita el escape a una mejor vida.

El golpe no resulta como estuvo planeado en un principio, pero le da la oportunidad al sagaz obrero no solo de pelear por una indemnización justa sino también de exponer las corruptelas que los empresarios han maquinado en las minas; decisión socialmente valedera y justa, pero que terminará por hacer de su vida una amarga pesadilla en la que no se sabe en que momento se destapara la argucia fraguada, y peor aún si se piensa en las represalias que tomaran los poderosos contra su propia vida o la de su familia.

El realizador argentino ahora ya ha adquirido suficiente bagaje (narrativa y presupuestalmente hablando) como para relatar de forma más redonda otra historia de búsqueda vital "por las malas" una odisea que angustiará al personaje central y que jamás dejará limpia su conciencia, no importa cuán metódico este sea, siempre será visto por sus antiguos mandamases como un diminuto e insignificante bicho al que aplastar al menor asomo de un cabo suelto.

Hay una memorable aparición de Julio De Grazia (protagonista de la opera prima de Aristarain) como el artero abogado que instruye a Bengoa en su peculiar ardid.

viernes, 10 de septiembre de 2010

La parte del león (1978) Adolfo Aristarain

La opera prima de Adolfo Aristarain es un gran aporte del país austral al cine negro. (no en vano la dedicatoria al final o el cuadro de Humphrey Bogart que cuelga en una pared) Pero adaptada al contexto latinoamericano. Personajes sumidos en la oscuridad extrema, en el violento y represivo régimen militar. Aquellos años en que la tortura, el homicidio y la desaparición forzada eran el modo más efectivo de arreglar cualquier asunto.


En medio de aquel anquilosamiento social y político, cruza las calles el solitario personaje encarnado por Julio De Grazia, un perdedor de mediana edad que a la menor oportunidad de lucrarse y labrarse un futuro sin más penumbras, decide acudir a la única gente en quien confía. Pero sin la ayuda esperada y al surgimiento de cuitas de mayor cuidado que las de antes, no tendrá otro remedio que ver como el pequeño soplo de vida que llevaba, aunque miserable y monótono, era más seguro y mejor de lo que ahora le espera.

Cine latinoamericano de calidad. Y mejor aún, hecho con agallas.

sábado, 21 de agosto de 2010

Blade Runner (1982) Ridley Scott

La ciudad de Los Angeles fue alguna vez un soleado paraíso, pero en esta pesimista visión del futuro, es un agujero infernal de luces de neón, fabricas de altísima polución y torrenciales lluvias, en donde los humanos luchan una guerra secreta contra la creciente amenaza de androides conocidos como 'replicantes'.

Cinta basada en la novela distópica de Philip K. Dick "sueñan los androides con ovejas eléctricas" y bajo la dirección del esteta británico Ridley Scott, quien a pesar de su a veces innecesario aletargamiento y bordear peligrosamente el simbolismo inane y la vacuidad estética; logra algunos momentos de gran belleza y lirismo, gracias a la fotografía de Jordan Cronenweth, captando a la perfección la atmósfera melancólica y desasosegante del cine negro, trasladado a varios decenios en el futuro. Meritorio también es el trabajo de Vangelis en la banda sonora, y el diseño artístico cyber punk de Syd Mead.

El hecho de haber sido un enorme fracaso comercial produjo varias alteraciones en el filme original, siendo "el corte del director" la mejor opción si se quiere conocer esta obra de la manera en que su realizador la visionó en un principio.

The Machinist (2004) Brad Anderson

Quien no es ajeno al cine de Roman Polanski y particularmente a su trilogía de apartamentos compuesta por obras maestras del terror psicológico como repulsión, el inquilino y el bebé de Rosemary; se sentirá nadando en aguas conocidas, que en el caso presente muy apesar de estar contaminadas por clichés del genero, giros y pistas falsas, doppelgängers y agujeros argumentales; la fantasmagórica puesta en escena y buen pulso de Brad Anderson, junto a la cadavérica e intensa presencia de Christian Bale se unen para olvidar esas falencias y adentrarnos con todo en el cuento de culpa existencial de un obrero de fabrica paranoico esquizoide.

Otros puntos a favor son la presencia de la Británica Anna Massey, veterana del genero, y la música "Hermanniana" de Roque Baños. Pero es Bale quien se lleva mis más sinceros aplausos por someterse de lleno, física y psíquicamente, a su inquietante encarnación.

miércoles, 18 de agosto de 2010

Brazil (1985) Terry Gilliam

¿Cuando despiertas de tu más maravillosa fantasía, solo logras regresar a tu pesadilla diaria?

El tímido Sam Lowry (Jonathan Pryce) es un empleado de los servicios centrales, una rama del gobierno especializada en inmiscuirse en la vida de los ciudadanos hasta el punto de controlar todo lo que estos realicen. Al mismo tiempo, Sam conocerá a Archibal Tuttle (Robert De Niro) líder de la revolución en contra del gobierno fascista que domina a su gente.

La obra maestra del esteta y ex "monty python" Terry
Gilliam, el único miembro americano del genial grupo de comediantes Británicos de socarrona y acida mirada a la sociedad, las altas esferas y los sacrosantos valores que imperaban en su país.

Esta distopía tragicómica bebe de fuentes tan eclécticas como el "1984" de George Orwell y el delirante "8 1/2" de Federico Fellini. Estas dos influencias son tan marcadas que Gilliam titularía provisionalmente su obra como "1984 y medio"

La carismática interpretación de Jonathan Pryce, la lirica y rimbombante imaginería visual de su hacedor y la etérea banda sonora de Michael Kamen hacen de Brazil una cita obligada a cualquiera que, al igual que Sam, goce de fértil imaginación y los deseos de no sucumbir ante el despotismo de la gran maquinaria estatal.

Un devastador y extrañamente edificante epilogo cierra esta cautivadora sátira. Erigida por algunos, entre los que me cuento, como la gran película de culto de los 80.

The postman always rings twice (1981) Bob Rafelson

En tiempos de la gran depresión americana, un autostopista llamado Frank Chambers (Jack Nicholson) va a parar por cuestiones del destino a una cafetería administrada por un hombre griego (Jhon Colicos) y su joven esposa (Jessica Lange) en el hogar de la pareja se le ofrecerá estadía y un empleado como mecánico automotriz. Solo tras ver a la esposa del hombre, el desempleado, vividor y libidinoso, acepta la oferta.

Basado en la novela homónima de James M. Cain, con guion de David Mamet (su primer encargo) y dirección del amigo de Nicholson, Bob Rafelson.

Un ejercicio que trae de vuelta el cine negro, esta vez mas fiel al morbo de la novela original,
explota de manera explicita con óptimos resultados los encuentros eróticos de la pareja protagonista, imágenes sexuales de las que carece la versión cinematográfica de 1946, debido a los estrictos estándares de censura de la época.

La idónea puesta en escena sirve para retratar la cruda atmósfera de los años 30, en donde se ubica esta inolvidable historia de un amor imposible y de consecuencias fatales, típicas de su corriente cinematográfica, bajo el eterno manto del pesimismo extremo, el fracaso, el romanticismo y la muerte.

jueves, 27 de mayo de 2010

Casino Royale (2006) Martin Campbell

No sé por qué razón cada vez que salgo del cine, de donde minutos atrás acabo de ver una cinta del agente 007, me invade una sonrisa de oreja a oreja. Tal vez se debe a que muy en el fondo sigo siendo aquel niño, de sueños imposibles, embriagado por ese fantástico mundo de excitantes aventuras, países lejanos y exóticos, hermosos ejemplares del genero femenino, artefactos inusuales, costosos vehículos y bebidas, y la presencia de un personaje que es y será por siempre el único héroe del celuloide y la literatura que he admirado tanto como para creer que de alguna forma estoy destinado a convertirme en el.

Vale la pena remembrar el explosivo debut de Daniel Craig en el codiciado papel estelar, un inglés que rivaliza de modo patente y claro con el gran Sir Sean Connery, tirando por la borda toda la duda e incertidumbre que se reflejó al momento de su selección oficial (incluso las de un servidor) vacilaciones respecto a su calidad como actor, a su carisma, e incluso al atractivo físico requerido para el papel.

La lucha por llevar al cine el texto donde nacería James Bond tomó varios decenios. Ian Fleming escribió la novela en 1954, en ese año la televisión norteamericana le había comprado los derechos, de esa forma lograron ‘comprimirla’ y adaptarla a la pantalla chica como un episodio más de la serie ‘climax’ de la CBS, donde el americano (inaudito) Barry Nelson encarnó al 007. Luego, en los 60, Bond haría un salto a la gran pantalla, consiguiendo rotundo éxito y popularidad. La ‘Bondmania’ fue bien vista por el megalómano productor Charles K. Feldman, único poseedor de los derechos de la novela, quien trató de adaptarla usando, desde luego, al Bond original Sean Connery, pero sería rechazado por este. Feldman ideó entonces, como respuesta a la serie original, una estrafalaria parodia usando a iconos como David Niven, Peter Sellers y Orson Welles en ‘Casino Royale’ de 1967, pero sin conseguir éxito comercial ni artístico.

Con el tiempo, la compañía productora y distribuidora de la serie ‘oficial’ del 007 adquirió por fin los derechos de la obra literaria.
Antes de la preproducción de la cinta, el afamado realizador Quentin Tarantino expresó interés en escribir y dirigir la nueva y adaptación del clásico al celuloide, enfoque que al final no convencería del todo a los productores, por lo que contrataron en la dirección a un veterano de la serie, el neozelandés Martin Campbell (Goldeneye) y en la escritura del guión a Neal Purvis y Robert Wade, escribas de tres aventuras previas del 007. Estos a su vez contaron con la valiosa ayuda del oscarizado guionista canadiense Paul Haggis, quien dotó de memorables líneas el ya de por si abultado historial de diálogos clásicos que contiene la mítica franquicia creada por Albert R. Broccoli y Harry Saltzman.

Esta probó ser una cinta Bond alejada de los cánones previos, brillante y fiel al espíritu macilento y nihilista de la novela. Una traslación definitiva a la modernidad, del bautismo y conversión de uno de los personajes más populares de la historia del séptimo arte.



Daniel Craig es sin duda lo mejor del film, un actor capaz de darle un aire fresco, verosímil, enérgico y emocionalmente complejo a una saga que con mucho éxito ha sabido reinventarse al paso del tiempo, razones suficientes para convertirlo en una nueva estrella del celuloide y en uno de los mejores interpretes del sombrío y seductor espía occidental.

Grandes también, en sus respectivos roles, están Jeffrey Wright, Giancarlo Giannini, y el danés Mads Mikkelsen, así como las siempre duales chicas Bond, en esta ocasión la exuberante italiana Caterina Murino, y la gélida belleza de Eva Green, quien logra un enternecedor papel como Vesper Lynd, la doncella que se transformaría en el inevitable primer amor de James Bond.

Un nuevo clásico del mejor cine de aventuras.

Amadeus (1980) Milos Forman

En una institución para enfermos mentales, el compositor italiano Antonio Salieri confiesa un crimen a un sacerdote. Narra como fue seducido, humillado, ultrajado, y conducido a la retaliación, por las celestiales composiciones musicales de un joven prodigio llamado Wolfgang Amadeus Mozart, la voz de Dios en la tierra.

Majestuosa adaptación de la avezada y alegórica obra teatral de Peter Shaffer, dirigida por el siempre interesante cineasta checo Milos Forman, quien empapa la historia de increíble atractivo visual, lúdico, y épico, con un magnifico dominio del tempo narrativo, plasmando con acierto la funesta y truncada vida de los dos compositores, enemigos acérrimos.

Aunque, tanto la obra como la cinta no son descripciones absolutamente fieles a la realidad, y han sido creadas con propósitos dramáticos, una fastuosa y envolvente puesta en escena compensa lo que se supone son inverosimilitudes y anacronismos, siendo narrada en flash back por una ya anciano Salieri, remembrando la perfidia, exquisitez y opulencia de sus días en la Viena del siglo XVIII.



Amadeus cuenta también con la bendición de deslumbrantes interpretaciones, a cargo del tristemente infravalorado, pero harto talentoso, F. Murray Abraham, quien lograría acumular varios premios por su perfecta encarnación del trastornado e irascible Antonio Salieri; al igual que el joven Tom Hulce, luciéndose como un excéntrico, Mozart, cuyas magistrales composiciones se sienten a lo largo y ancho de este apoteósico film.

Mulholland Drive (2001) David Lynch

Después de un accidente automovilístico en la avenida angelina Mulholland Drive, una mujer halla un inmueble sin residentes en el que decide pasar un día mientras se recupera de sus heridas y su agitada mente amnésica.

Brillante ejercicio surrealista enfocado a una historia en el Hollywood moderno, tan repleto de falsas apariencias como la magistral narrativa de David Lynch.

Mulholland Drive pasó de ser un simple episodio piloto para una serie de televisión, a ser tomado por este excéntrico genio, con el meritorio fin de transformarlo pronto en un clásico de culto del cine moderno.

Lynch desborda su usual virtuosismo visual y onírico en esta singular pieza, dotada de secuencias no lineales en las que se da cita un mundo bizarro, donde no se distingue la realidad de las fantasías, y donde hay lugar tanto para el amor como para la irremediable muerte.



A la embelesante puesta en escena se le suma el talento de Angelo Badalamenti en la partitura, y especialmente la arriesgada y por mucho satisfactoria labor de dos grandes y exuberantes actrices, Laura Harring y Naomi Watts, quienes, además de una gran presencia física, aportan calidad y verosimilitud a esta oscura y envolvente trama.

Dead poets society (1989) Peter Weir

Wellton, la escuela privada para jóvenes emprendedores y futuros líderes de EE.UU., ha iniciado un nuevo semestre, reemplazando a su maestro de Ingles por el antiguo egresado John Keating, alguien con métodos de enseñanza atípicos dentro de la conservadora institución. Un grupo de Jóvenes seguirá a su osado profesor hacia el encuentro con la poesía y lo que ellos llaman “aprovechar el día”.

Un sincero y afectuoso homenaje a la poesía. Retrato idóneo de una época costumbrista, restrictiva y severa frente a los valores académicos imperantes por décadas en los escolares americanos, herederos de la lengua de Shakespeare y de la idiosincrasia puritana.

La fuerza principal detrás del filme recae en el maravilloso trabajo interpretativo de todo el reparto, en especial de Robert Sean Leonard, Ethan Hawke y Robin Williams, el famoso comediante, que en esta ocasión despliega una sutil encarnación de un maestro poco ortodoxo, que despertará mas tarde el hambre de sus estudiantes por conocer más allá de los tediosos libros y las insoportables jornadas académicas.

Loable pulso narrativo el de Peter Weir, el director australiano trasladado a Hollywood luego de ratificarse como uno de los directores mas prominentes en su país natal. La narración de Weir logra, junto al guión de Tom Schulman, una placentera plasmación de perfiles, emociones y situaciones en el reducido espacio educativo, contando además con el excelso apoyo técnico de gente como Wendy Stites en el diseño de producción, el fotógrafo John Seale, el compositor Maurice Jarre, y el diseñador de sonido Alan Splet, conocido colaborador de David Lynch.



Una obra sensible y persuasiva en su enfoque por la camaradería, las pasiones juveniles, y la búsqueda de la identidad, sublimadas en su fervoroso y apabullante epilogo.

Blue Velvet (1986) David Lynch

El joven universitario Jeffrey Beaumont regresa a su villa natal Lumberton, luego de que su padre sea hospitalizado. Durante su estancia, Jeffrey hallará en una pradera una oreja humana cercenada, objeto que lo obsesionará y los conducirá a el y a su amiga Sandy, a investigar, llegando a toparse con una misteriosa cantante de Cabaret llamada Dorothy Vallens.

Como es usual en la obra de David Lynch, una intrincada, oscura y desasosegante atmósfera obnubila la percepción del espectador, pasando del idílico día a día de una colorida villa típicamente americana, hacia una casi ininteligible estancia subyacente, desatada por el hallazgo de una oreja humana, cosa que no es más (en palabras del propio Lynch) que un pasaje a otro mundo, un submundo repleto de perversión, de violencia, y de incontables vejaciones.

En su cuarto largometraje, David Lynch se recupera de lo que significó un fracaso comercial (y para muchos artístico) la adaptación de la novela de Frank Herbert “Dune”.
Aquí se reencontraría con Frederick Elmes, antiguo director de fotografía de su opera prima "Eraserhead" e iniciaría su desde entonces extensa colaboración con el músico Neoyorkino Angelo Badalamenti.



Un punto que enaltece el film, son las interpretaciones de Kyle MacLachlan, Isabella Rosselini, Laura Dern, y en especial la de un pavoroso, desquiciado y macabro Dennis Hopper, quien imprime no solo horror y aversión hacia su personaje, sino también un malsano y acido sentido del humor.

Entre los memorables pasajes que adornan la obra resaltan el inefable ritual carnal entre Frank Booth y Dorothy Vallens, y la visita al club de Ben, en la que Dean Stockwell se roba el show, haciendo una perfecta mímica, apasionada e hilarante, de la canción “In dreams” de Roy Orbison.

Una pieza de culto del nuevo cine negro americano, en el que se explora un alucinante viaje catártico hacia los confines más desgarradores de la condición humana, escondida tras paredes derruidas, y apartada completamente de la sensación de alivio y tranquilidad del apacible pueb
lo que todos conocemos.

Touch of Evil (1958) Orson Welles

Ha estallado un artefacto explosivo implantado a un automóvil en plena frontera México-americana. El incidente iniciará la tensión entre las autoridades de ambos países, especialmente entre el capitán Hank Quinlan, y el agente de policía mexicano Ramón Vargas, quien junto a su novia, fue testigo del atentado.

Magnifico film-noir escrito, dirigido y protagonizado por el gran Orson Welles, completando la que seria su última obra en el continente americano, para luego trasladarse a Europa debido a su casi nula libertad creativa en el país del tío Sam. Welles seria despedido en la post-producción de la cinta y obligado a ver como el estudio montaba su propia versión. Este no tuvo más remedio que redactar un extenso memorandum, pidiéndole a los ejecutivos un nuevo corte, el cual tristemente le seria concedido después de su muerte, exactamente cuarenta años después del estreno de esta gran película.

Basada en la novela “Badge of Evil” de Whit Masterson, el film explora la línea moral, ética e incluso étnica demarcada entre dos agentes de la ley, interpretados de forma magistral tanto por el propio Welles como por Charlton Heston. El primero, un irascible capitán de policía estadounidense, xenófobo y de difuso sentido de la justicia; el otro, un honesto policía mexicano, aguerrido y suspicaz.

El barroquismo de su director y la fuerza visual de la fotografía expresionista de Russel Metty logran capturar la esencia atmosférica del cine negro, tan apesadumbrada como inquietante, ilustrada a la perfección tanto en el extenso plano secuencia que abre la cinta, como en la memorable escena de hostigamiento a la bella Janet Leigh en un cuarto de hotel.

A todas las virtudes del film se le suma la gran banda sonora de Henry Mancini, el gran reparto de estrellas, entre ellas unos geniales Akim Tamiroff, Joseph Calleia y Dennis Weaver; la “participación especial” de Zsa Zsa Gabor y Marlene Dietrich, además de los cameos tanto de Joseph Cotten como de la inquietante Mercedes McCambridge, quien dos décadas más tarde proveería la voz del demonio en “el exorcista”.

Uno de los trabajos mas sobresalientes de su autor, que seria catalogado por el director y guionista Paul Shrader como el "canto del cisne" de la edad de oro del cine negro.