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sábado, 2 de julio de 2011

The Swimmer (1968) Frank Perry


Soy de los que cree que una película buena es aún mejor cuando se puede hacer de ella lecturas distintas a la que la visión y el oído pueden percibir, cuando de ella se puede extraer toda clase de “tesoros ocultos”, una inmersión a fondo en una historia que de común y corriente solo tiene la superficie y que en su interior oculta una o más relatos que compensarán la curiosidad del espectador ávido en la búsqueda de símbolos y alegorías.

Una de estas acaudaladas rarezas fílmicas, por desgracia casi olvidada, es “El nadador”, película de Frank Perry rodada en 1966 y no estrenada sino hasta 1968. Su injusto anonimato puede deberse a su fracaso en taquilla, a pesar de su enorme valía artística y de contar con el protagonismo estelar de un Burt Lancaster en estado de gracia.

En el cine desarrollado en los suburbios de la tierra del Tío Sam se pueden citar obras contemporáneas notables como “belleza americana” (Sam Mendes, 1999), “La tormenta de hielo” (Ang Lee, 1997) o “Lejos del cielo” (Todd Haynes, 2002). Un cine preocupado por desnudar la condición humana del sector acomodado de la sociedad norteamericana, sus pasiones banales, las distintas mascaras que portan según el momento y frente a quien, o su intención de sostener reputaciones a base de la constante adquisición y exhibición de bienes materiales, en detrimento de los lazos afectivos entre familiares y amigos. Dichas temáticas ya habían sido tocadas en “el nadador” casi tres décadas antes, con la diferencia de que esta logra reunir su áspera critica social en el espacio de una caminata (y nado) de una tarde, razón por la que se le ha comparado con “Ulysses” de James Joyce, una historia épica que transcurre en un día.

Se trata del peregrinaje de un alma aquejada, derrotada, hastiada de la vida insustancial que se labro para sí mismo y su familia, un hombre que mientras se dirige a casa, su mente lo bombardea con evocaciones de un pasado fulgurante de belleza, pasión e inocencia que agitan y hacen menos llevadero el sopor y el desencanto del presente.

Pero como de lecturas diversas he hablado al iniciar este breve repaso, me permito afirmar que el nadador no se limita a denunciar la decadencia y los excesos de una clase social, sino a presentarnos un sub-relato inspirado en diversas fuentes como el mito griego de narciso o “la divina comedia” de Dante Alighieri, una epopeya unipersonal en la que su enigmático protagonista erra cual alma en pena, en busca de expiación, recorre sus últimos pasos, inicialmente con la ensoñación y el optimismo de un infante, pero poco a poco dicha jovialidad ira decreciendo de cara a una realidad cada vez más dolorosa, encontrándose al final de su cruzada particular no con el perdón, el goce perpetuo y la plenitud que supone alcanzar el edén, sino con un averno del que no le será permitido escapar.

En definitiva, una hipnótica parábola que pulveriza el sueño americano. Una obra maestra con multitud de capas, que al desentrañarlas, atestiguaremos su invaluable riqueza.

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