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lunes, 18 de mayo de 2009

Taxidriver (1976) Martin Scorsese

por Pierluigi Puccini

En cada calle, en cada ciudad, hay un don nadie que sueña con ser alguien. He aquí el oscuro principio detrás de una de las piedras angulares de la cinematografía mundial.



Posiblemente el testamento fílmico mas notorio que ha legado el italo americano Martin Scorsese, quien junto al guionista Paul Schrader y al actor Robert De Niro, dibuja de manera cruda y punzante el infierno particular de un huraño veterano de guerra, sin mas remedio que dedicar sus noches de insomnio a conducir un taxi por la gran manzana; y a emprender con el paso del tiempo una misión suicida en la que pretende acabar con la escoria que habita como dueña y señora de la jungla de asfalto.

El taxi como símbolo de la soledad y de la creciente perturbación mental de Travis Bickle, como una bomba de tiempo recorre las avenidas neoyorquinas siendo testigo directo del vertiginoso descenso de la sociedad hacia los abismos de la miseria y la depravación, un peligroso panorama en donde hallará a sus dos únicas razones para continuar su azarosa existencia, la bella colaboradora de campañas políticas Betsy (Cybille Shephard) y la prostituta infantil Iris (Jodie Foster) dos mujeres por las que el enigmático taxista iniciará su anhelada obra redentora que implica necesariamente el uso de la fuerza, acción por la que la misma sociedad que el condena lo convertirá paradójicamente en héroe.

Scorsese, un católico; y Schrader un calvinista, erigen esta sobrecogedora metáfora de tintes bíblicos (no en vano Scorsese ya había leído por ese tiempo una copia de ‘la ultima tentación de cristo’ de Nikos Kazantzakis y en su juventud estuvo a un paso de dedicarse al sacerdocio) la intención mística es evidente desde los títulos principales, en los que el vehiculo de Bickle aparece de entre el vapor de las alcantarillas como una bestia abriéndose paso por el averno, y si a eso se le suman las melancólicas y cuasi fantasmagóricas notas orquestales de Bernard Herrmann, y a un inusual desenlace, podría decirse que se trata más de una fantasía mortuoria que de la realidad misma.

Una obra maestra, arrolladora y sensacionalista, que retrata con sapiencia la paranoia y las ansias vehementes de un personaje movido por el pesimismo y la ira.