El camarógrafo Mark Lewis (Carl Boehm) tiene una curiosa obsesión: filmar rostros. En su peligrosa pasión voyeur por captar sólo expresiones y emociones verídicas, el extraño joven intenta inmortalizar en celuloide los rostros aterrorizados de inocentes mujeres que ven como único remedio gritar por los últimos segundos de vida que les quedan.
Gran película del británico Michael Powell, injustamente vapuleada por la crítica de la época, además de que supondría un rotundo fracaso de taquilla.
Los incisivos e infundados ataques contra la cinta prácticamente condenaron al ostracismo a su infravalorado realizador.
El no menos que ridículo alboroto de la santurrona critica británica de la época se debió a la crudeza, el sadismo y la misoginia que desprenden las acciones del protagonista de la historia, a pesar de no contener ni una gota de sangre. Se podría decir que a los críticos no les agradó que se les enseñase el día a día de un director de cine tan cruel como ningún otro, un devoto autor de las llamadas “snuff movies”. |
Con ribetes hitchcockianos, Powell explora los mismos tópicos de la obra de su compatriota, como el lado oscuro del ciudadano medio, el voyeurismo, el fetichismo y la fascinación por la muerte.
Todo esto llevado a la vida por la gran interpretación de Carl Boehm, un personaje tan taciturno, huraño, tímido y amanerado como su colega Norman Bates; y es que curiosamente Powell, esta vez en solitario, sin su fiel colaborador Emeric Pressburger, y con guión original de Leo Marks, construye un thriller bastante parecido en su trama a “Psicosis”, curiosamente rodada y estrenada casi simultáneamente.
El suspense in crescendo, la estilizada violencia en su mayoría fuera de campo y la atmosférica puesta en escena llevan a “Peeping Tom” a ser una de las joyas ocultas del meta-cine, un film de culto que debe ser descubierto por cualquiera que se considere cinéfilo, como nuestro colega el asesino.