por Pierluigi Puccini La vieja y una vez hermosa Viena, ahora derruida en escombros por la guerra; la prosa de Graham Greene; el hermoso blanco y negro expresionista de Robert Krasker; el apasionante y resonante sonido de la citara de Antón Karas; la teatralidad y barroquismo de Sir Carol Reed; y un par de colosos, amigos en la vida real, Orson Welles y Joseph Cotten. Todo lo anterior puede ser resumido en una sola palabra, simple y llana antología, y de ella esta formado cada rollo, cada palabra e imagen de este monumental e imperecedero paradigma del cine negro. Poco o nada pueden agregar mis palabras sobre una obra tan debatida, estudiada y disfrutada hasta el cansancio por escolares, críticos y cinéfilos, entre los que me cuento. La cinta no es más ni menos que una pequeña gran capsula de tiempo, poseedora de una docena de genialidades, que deleitaran hasta la saciedad a cualquier ser humano que aprecie el arte cinematográfico. Solo observando sus magnéticos encuadres; escuchando sus sagaces diálogos; o admirando la belleza y candidez de Alida Valli, además de la calidad interpretativa de Trevor Howard, Bernard Lee, y sobre todo la de el magnifico dúo del cuasi luciferino Orson Welles y el desencantado y carismático Joseph Cotten; elevando a esta cinta a la categoría en que sigue estando después de casi sesenta años, como uno de los filmes más geniales de la historia del séptimo arte, si no me creen, solo fíjense en la toma que cierra la obra, pura poesía en blanco y negro. |
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domingo, 17 de mayo de 2009
The Third Man (1949) Carol Reed
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