La opera prima de Adolfo Aristarain es un gran aporte del país austral al cine negro. (no en vano la dedicatoria al final o el cuadro de Humphrey Bogart que cuelga en una pared) Pero adaptada al contexto latinoamericano. Personajes sumidos en la oscuridad extrema, en el violento y represivo régimen militar. Aquellos años en que la tortura, el homicidio y la desaparición forzada eran el modo más efectivo de arreglar cualquier asunto.
En medio de aquel anquilosamiento social y político, cruza las calles el solitario personaje encarnado por Julio De Grazia, un perdedor de mediana edad que a la menor oportunidad de lucrarse y labrarse un futuro sin más penumbras, decide acudir a la única gente en quien confía. Pero sin la ayuda esperada y al surgimiento de cuitas de mayor cuidado que las de antes, no tendrá otro remedio que ver como el pequeño soplo de vida que llevaba, aunque miserable y monótono, era más seguro y mejor de lo que ahora le espera.
Cine latinoamericano de calidad. Y mejor aún, hecho con agallas.
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