lunes, 24 de abril de 2017
T2-Trainspotting (2017) Danny Boyle
martes, 31 de enero de 2017
La La Land (2016) Damien Chazelle
Aunque la intención no sea subvertir totalmente las narrativas legadas por el Hollywood de antaño, logra un interesante y necesario paragón entre La La Land y el Los Angeles real, como dos universos que coexisten paralelamente, uno como un estandarte de glamour y joie de vivre y la otra como una ciudad de sueños abandonados a medio camino.
jueves, 3 de noviembre de 2011
The Hustler (1961) Robert Rossen
martes, 30 de agosto de 2011
Mi entrevista cinéfila.
1. ¿Recuerda qué se siente ir a cine por primera vez?
4. ¿Cuáles son sus películas malas favoritas, es decir, cuáles son sus principales placeres culposos del cine?
5. ¿Por qué no puede dejar de hacer
sábado, 2 de julio de 2011
The Swimmer (1968) Frank Perry
Una de estas acaudaladas rarezas fílmicas, por desgracia casi olvidada, es “El nadador”, película de Frank Perry rodada en 1966 y no estrenada sino hasta 1968. Su injusto anonimato puede deberse a su fracaso en taquilla, a pesar de su enorme valía artística y de contar con el protagonismo estelar de un Burt Lancaster en estado de gracia.
En el cine desarrollado en los suburbios de la tierra del Tío Sam se pueden citar obras contemporáneas notables como “belleza americana” (Sam Mendes, 1999), “La tormenta de hielo” (Ang Lee, 1997) o “Lejos del cielo” (Todd Haynes, 2002). Un cine preocupado por desnudar la condición humana del sector acomodado de la sociedad norteamericana, sus pasiones banales, las distintas mascaras que portan según el momento y frente a quien, o su intención de sostener reputaciones a base de la constante adquisición y exhibición de bienes materiales, en detrimento de los lazos afectivos entre familiares y amigos. Dichas temáticas ya habían sido tocadas en “el nadador” casi tres décadas antes, con la diferencia de que esta logra reunir su áspera critica social en el espacio de una caminata (y nado) de una tarde, razón por la que se le ha comparado con “Ulysses” de James Joyce, una historia épica que transcurre en un día.
Se trata del peregrinaje de un alma aquejada, derrotada, hastiada de la vida insustancial que se labro para sí mismo y su familia, un hombre que mientras se dirige a casa, su mente lo bombardea con evocaciones de un pasado fulgurante de belleza, pasión e inocencia que agitan y hacen menos llevadero el sopor y el desencanto del presente.
Pero como de lecturas diversas he hablado al iniciar este breve repaso, me permito afirmar que el nadador no se limita a denunciar la decadencia y los excesos de una clase social, sino a presentarnos un sub-relato inspirado en diversas fuentes como el mito griego de narciso o “la divina comedia” de Dante Alighieri, una epopeya unipersonal en la que su enigmático protagonista erra cual alma en pena, en busca de expiación, recorre sus últimos pasos, inicialmente con la ensoñación y el optimismo de un infante, pero poco a poco dicha jovialidad ira decreciendo de cara a una realidad cada vez más dolorosa, encontrándose al final de su cruzada particular no con el perdón, el goce perpetuo y la plenitud que supone alcanzar el edén, sino con un averno del que no le será permitido escapar.
En definitiva, una hipnótica parábola que pulveriza el sueño americano. Una obra maestra con multitud de capas, que al desentrañarlas, atestiguaremos su invaluable riqueza.
miércoles, 4 de mayo de 2011
Youth without Youth (2007) Francis Ford Coppola
Desconcierto, sopor o indiferencia son algunos de los síntomas más inmediatos que pudiera llegar a provocar uno de los últimos trabajos de alguien cuyo nombre en antaño fue sinónimo de maestría fílmica, Francis Ford Coppola.
Para nadie es fácil llevar a cuestas la impronta de no una sino cuatro historias hoy en día engalanadas (con total justicia) con el ropaje de hitos del séptimo arte: El padrino, El padrino parte II, La conversación y Apocalypse now.
Pareciera que Coppola, ya en el ocaso de su carrera, se hubiese dedicado a contemplar el pasado con desprecio (tal vez bajo el efecto de su propia marca de vino, con la que financió esta película) planeando un modo de cortar cualquier vestigio de ilustre artesano de estudios hollywoodenses y querer ahora renacer como un autor independiente, rol que abandonó hace treinta años por un pacto “fáustico” con el productor Robert Evans y la Paramount Pictures, para llevar al cine la mencionada “el padrino”, proyecto por el que sacrificó hasta cierto punto la libertad que gozaba cuando era un joven cineasta, interesado solo en contar historias pequeñas y personales, y a quien poco le importaba si contaba con estrellas, presupuestos o si lograba millonarios recaudos en taquilla.
Me apena mucho que un hombre que ha mostrado tal tenacidad, tal valentía en su arte no haya dado con el proyecto indicado para lograr sus fines artísticos (e incluso comerciales). Porque hay historias en las que cada parte funciona como un engranaje, si uno rechina puede que no suceda mayor cosa, pero si varios dejan de funcionar, dañaran irreparablemente la maquina: La fotografía digital de Mihai Malaimare Jr. aunque bonita, le da la desfavorable apariencia de un telefilme; el montaje, a pesar de llevar la firma del avezado Walter Murch, es totalmente arrítmico, aunque ¿será su culpa o más bien la de un Coppola empeñado en mostrar, a costa de la paciencia del espectador, subtramas baladí sobre orientalismo y codicia científica?
A los desfalcos técnicos podemos sumarle una narrativa aletargada e insufriblemente contemplativa como la de Andrei Tarkovski; o una atmosfera y trama casi indescifrable, como la de un David Lynch en horas bajas (no tan bajas como las del propio Lynch en su última y abominable “inland empire”).
Pero no todo es execrable, la enmarañada historia (originalmente una novela del lingüista rumano Mircea Eliade) arranca con interés, con un hombre afligido física y emocionalmente a quien el golpe de un rayo le devolverá la juventud, para embarcarse con ello en su odisea personal, una segunda oportunidad de recuperar el amor y el conocimiento, menguados por el paso de ese asesino implacable llamado tiempo.Si obviamos el extenso intermedio (desesperante, autocomplaciente, inefable) Los dos extremos del filme, el inicio y la conclusión, puede que sean los que lo salven de naufragar, haciendo eco de tragedias románticas y existenciales como “El retrato de Jennie” (William Dieterle, 1948), “Vertigo” (Alfred Hitchcock, 1958), o Fausto (F. W. Murnau, 1926).Otras bazas a favor son los dos intérpretes principales: Tim Roth, un actor capaz de encarnar de forma sutil y sensitiva tanto el desconsuelo como la afabilidad de los aludidos Joseph Cotten y James Stewart (así de bien lo había hecho antes en la fábula de Giuseppe Tornatore “la leyenda del pianista en el océano” ); y Alexandra Maria Lara, que en el fugaz ir y venir de su endeble personaje, aporta ternura, una piel tersa, y unos grandes y ensoñadores ojos que no cesan de inspirar al que escribe.
Mención aparte a la labor musical del argentino Osvaldo Golijov, una partitura sencillamente sublime.
Francis, aprovecha bien tus siguientes oportunidades, yo sé que puedes, recuerda que hay más talento en tu dedo meñique que en la cabezota de tu hija Sofia.
domingo, 17 de abril de 2011
Billy Liar (1963) John Schlesinger
Algo sucedió en Italia con el citado movimiento, los fundadores de este no iban siempre a contar las mismas lóbregas historias de necesidades y sufrimientos económicos o espirituales, siendo Vittorio De Sica el artífice de “milagro en Milán” la primera película neorrealista con elementos de fantasía, una historia sobre los mismos protagonistas, las clases bajas, pero sin un destino final tan cruel como, por ejemplo, el de los mensajeros en bicicleta, ancianos sin pensión, infantes lustrabotas, o los miembros de la resistencia contra el nazismo. Un realismo que jugueteaba con la irrealidad y ponía por vez primera una risa como remedio purificador para tantas lágrimas.
Casi una década más tarde, regresamos a Inglaterra, donde John Schlesinger toma al ya consagrado Courtenay, lo despoja del fulgurante odio y rebeldía (con justa causa) de su anterior encarnación, para hacer ahora de él un joven provinciano de clase media con menos problemas, pero no por eso menos embarazosos, como: vivir aun con sus padres y sus constantes quejas, un trabajo sin futuro en una funeraria, y el ocasional asalto de las crédulas lugareñas a las que les prometió el cielo y la tierra por haber osado meterse en sus camas por una noche. El director entonces otorga dosis de fantasía y comedia que no habían sido abarcadas a tal grado en el free cinema, dada la seriedad de los temas que se narraban hasta ese entonces. Ya luego vendrían a tomar partida de esa socarronería el propio Tony Richardson con “Tom Jones” y Lewis Gilbert con “Alfie”.
No está de más decir que el único propósito de este individuo, que responde al nombre de William Fisher, será el de hacerse un reputado guionista en la capital británica. Pero como espectadores de un día de su vida, de los propósitos y despropósitos de Billy, si no fuese por la afabilidad y encanto particular que esconde la interpretación de Tom Courtenay, sería visto por lo que en verdad es: un holgazán, mentiroso patológico y triste conformista.
La verdad detrás de las decisiones del mitómano protagonista puede ser vista de dos formas por este servidor, la primera: para encontrar la felicidad uno no debe necesariamente dejar todo atrás, porque después de todo, la felicidad es solo un estado mental que sirve de excusa en la sociedad para quebrar nuestra individualidad en pedazos, para ser un borrego más. La segunda: Billy, siendo el soñador irresponsable de siempre, es sobre todo un cobarde y conformista que no se privará a si mismo del placer y la importancia que le producen ser el protagonista de un mundo de ensueño, sin importarle nada más que fantasear para escapar de su aburrimiento y mediocridad.