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lunes, 21 de febrero de 2011

Angels with dirty faces (1938) Michael Curtiz



Rocky Sullivan y Jerry Connelly son dos amigos irlandeses, criados en una barriada pobre de New york. Debido a un fallido intento de hurto, la policía los seguirá a ambos, atrapando solo a Rocky y confinándolo a pasar su adolescencia en prisión. Los dos amigos se encontraran varios años después, cada uno transformado en modelo a seguir de particulares (y abismales) diferencias morales . Jerry se ha hecho sacerdote, y observa como su amigo, el joven que alguna vez fue atrapado por no correr tan rápido como él, se ha convertido en un portentoso gangster.

La pareja de amigos en la vida real James Cagney y Pat O’Brien se dan cita por sexta vez para conformar y liderar un excelente reparto, en el que también aparecen la bella Ann Sheridan, los revoltosos “Dead End Kids” y el -en ese entonces- no muy conocido y futura estrella del firmamento hollywoodense Humphrey Bogart.

Brillante de principio a fin, redondeada por la siempre impetuosa y carismática presencia del "enemigo publico" James Cagney; una gran partitura de Max Steiner; la excelente labor del fotógrafo Sol Polito; y sobre todo por el trabajo del húngaro Michael Curtiz en la dirección, el prolífico autor de inolvidables obras maestras como Casablanca y las aventuras de Robin Hood.

Curtiz otorga sensibilidad a este comentario social, jamás cae en sensiblería barata ni diatribas, ostensiblemente en su conmovedor epilogo, en el que resplandecen unos inspirados O’Brien y Cagney.

jueves, 17 de febrero de 2011

The Fearless Vampire Killers (1967) Roman Polanski


El profesor Abronsius y su joven ayudante, Alfred, viajan a transylvania con el fin de iniciar una investigación que los lleve a probar la existencia de vampiros en la zona. En una noche de estancia en la posada de la villa, la hermosa hija del propietario ha sido raptada y llevada a un castillo cercano, propiedad del conde Von Krolock. El profesor y Alfred partirán en busca de la damisela.
Roman Polanski y su habitual colaborador en los textos, Gerard Brach, conciben este homenaje-parodia a las cintas de horror de la factoría Hammer.

Con una conseguida fotografía de Douglas Slocombe, una dispar pero provocativa partitura de Krzysztof Komeda y un grandioso reparto, estelarizado por Jack MacGowran en papel de anciano mentor y carismático, una preciosa Sharon Tate, y el mismísimo Roman Polanski como un torpe y soñador joven aprendiz.

Es obvio que la comedia no es el fuerte de Polanski, su habilidad se encuentra más en la creación avezada de atmósferas desasosegante u opresivas, sin embargo es rescatable su enfoque parodico y el slap-stick deudor del cartoon.

Dentro de los momentos memorables, están las escapadas de Shagal, las presentaciones de Von Krolock, su hijo Herbert, y el jorobado Koukol, y los tiernos momentos entre Polanski y Sharon Tate, quienes entablarían un romance en la vida real, que los llevaría al altar, tristemente por poco tiempo, luego del brutal asesinato de la hermosa actriz a manos de la sádica familia Manson.
“El baile de los vampiros” es un filme atípico dentro de la filmografia de Polanski (para muchos fallido) no obstante, contiene numerosos momentos simpáticos, y tampoco esta exento de esa inequívoca, placentera y fantasmagórica puesta en escena del director Polaco, con el que sus obras transmiten la magia, el poder, y el encantamiento necesario como para disfrutar dos horas de buen cine.

Videodrome (1982) David Cronenberg


David Cronenberg, cineasta conocido entre cinéfilos bajo sobrenombres tan llamativos como 'el barón de la sangre' o 'el rey del terror venéreo o quirúrgico'.
Gracias a la influencia de autores literarios (no se le pueden citar muchas influencias cinematográficas) como William Burroughs, J.G Ballard, Philip K. Dick o Vladimir Nabokov; Cronenberg obtuvo una visión muy particular que le sirvió para incursionar con relativo éxito comercial en el séptimo arte, pero no fue hasta que trabajó junto al fotógrafo Mark Irwin y al músico Howard Shore, que alcanzaría notables cotas en la plasmación y compaginación de sus obsesiones mas recónditas, llegando así a que sus propuestas se hicieran mas cerebrales e innovadoras.

En mi opinión, Videodrome es junto a 'inseparables' y 'la mosca' la obra más redonda dentro del universo trasgresor, repulsivo y fascinante del realizador canadiense.

miércoles, 16 de febrero de 2011

Prince of the city (1981) Sidney Lumet

Hay quienes opinan que a veces para hacer cumplir la ley hay que quebrarla, o en su defecto “doblarla” lo suficiente sin que se llegue a tal extremo. Esa opinión no la comparto yo, tal vez debido a que en mi modo de vida no hay peligro que me aceche constantemente; lo que sí sé es que para un individuo que debe trabajar la selva de concreto, con toda su peligrosa y variada fauna y flora, la única ley vigente debe ser la de sobrevivir al final del día, que el dinero es un fácil consuelo, y que la tranquilidad absoluta no existe, ni mucho menos se puede comprar.

La vida del detective de narcóticos Danny Ciello se desmorona paradójicamente a causa de su coraje. En el lugar donde lleva a cabo su profesión, la calle, no hay espacio para remordimientos, para ataques imprevistos de moral. La ley se desconoce por completo, porque la única diferencia entre quienes la violan es una placa.

Las prisiones de la mente son mucho peor que las físicas. El querer obrar bien, dar un paso adelante y decir la verdad sobre un mundo sin otra ley ni otro dios que el dinero, no solo es contraproducente, es mortal, es una condena voluntaria al ostracismo, porque es romper una suerte de orden maligno establecido, hacer rodar varias cabezas pero a cambio de la propia.

Es triste ver como los mentirosos e hipócritas son aplaudidos y ennoblecidos mientras otros son abucheados, tratados con desdén y en los casos más tristes, asesinados por decir la verdad, para aplacar su creciente culpa, su secreto repudio por lo que deben hacer en su trabajo.

Ya había tenido la suerte de ver de la mano del cineasta Sidney Lumet otra cruda y verosímil dramatización de la misma problemática (Serpico, 1973), pero debo decir que esta la supera por un margen muy amplio. “El príncipe de la ciudad” es un logro rotundo, una exposición sin concesiones, directa al corazón de una vida tan vertiginosa y una psique tan roída como la de un oficial de policía que decide expiar sus culpas, para malestar del sistema corrupto que lo emplea.

Del protagonista Treat Williams, decir que merecía mejor suerte en el injusto mundillo del espectáculo es decir muy poco. Borda su papel como un grande, con brío y tenacidad.

viernes, 5 de noviembre de 2010

Montaje Liebestod


La idea primaria era hacer un montaje usando el bolero de Celia Cruz "Te busco", pero como me salió tan extenso el metraje y no quería cortar absolutamente nada, puse -casi- a regañadientes la que yo considero la opera romántica más hermosa de todas. un fragmento del aria liebestod de "tristan e isolda" de Richard Wagner. Espero lo disfruten a pesar de su extensión...

Wake in Fright (Ted Kotcheff. 1971)

Cuando escribía un primer borrador de esta pequeña apreciación, cosa que no suelo hacer en medio de una clase, a menos que sea tremenda e

insoportablemente aburrida, me hallaba en un lugar propicio para hablar del filme por el que me desvele la noche anterior. Estaba encerrado en las cuadro paredes de un aula universitaria oyendo (no escuchando) al profesor de turno hablar sobre la hacienda pública y el derecho tributario, cosa que en mi no suscita un mínimo interés. Y observando en derredor las caras largas, los ojos entrecerrados, pies balanceándose, en fin, una veintena de seres actuando por inercia, aguantando sin desfallecer hasta que el reloj del profesor (que usualmente está más atrasado que el de sus discípulos) marcase ya la hora propicia para ir a almorzar.

Para no irme por la tangente, así también comenzaba “Wake in fright” (retitulada “despertar en el infierno”) una película que ostenta justificadamente su status “de culto” y que hasta hace poco era algo así como el santo grial de la industria fílmica australiana, perdidos sus rollos originales sabrá Dios (o el diablo) donde, y como ya apunté, recientemente rescatado y restaurado en una calidad más que aceptable. También ha sido objeto de comparaciones (para nada odiosas) con la controvertida obra maestra de Sam Peckinpah “Straw Dogs” (Perros de Paja. 1971). Además de ser notables; en ambas se discuten los ritos masculinos, pruebas mortales en las que se verá al final de que esta hecho cada uno, si es capaz de defender su integridad física y mental abandonando el raciocinio y el dialogo, en consecuencia usando la fuerza como el único recurso valido en tierra de nadie.

En una lectura lineal de esta obra se nos presenta a John Grant, un hombre ensimismado y medianamente culto, delegado (o condenado, como a él le gusta pensar) por el sistema educativo como profesor en una zona remota del desierto, que suele calmar su ansiedad a base del néctar australiano por excelencia, la cerveza. Lo único que anhela este individuo será visitar a la novia que le espera en la civilización (Sidney). Para ello encuentra la oportunidad perfecta en las vacaciones navideñas. La antesala de la odisea de supervivencia que esta por vivir la experimenta en un salón de apuestas donde, cegado por la codicia pierde todo su dinero. Conocerá luego al “Doc” Tydon (Donald Pleasence) y a sus singulares compinches, quienes lo introducirán en juergas que además del alcohol y la velocidad, incluyen la indiscriminada y brutal cacería de canguros.

En los primeros minutos, una ínfima porción del desierto australiano nos es expuesta a través de un movimiento de 360°, denotando como a pesar de la inmensidad imaginable de estas tierras áridas, seremos testigos de la claustrofobia, asfixia y sofoco que es capaz de producir el sol al golpear con toda su fuerza sobre suelo estéril.

La sequedad y desolación es palpable tanto en el ambiente como en los integrantes de esa pequeña comunidad en el medio de la nada, grandes y chicos compartiendo un salón y esperando con afán a que el maestro Grant de por terminada la sesión para poder cada uno dirigirse a su hogar y así poner en marcha sus deseos particulares, en el caso de Grant, se desencadenarán eventos difíciles de olvidar, que lo pondrán de cara con un salvajismo y crueldad desconocidos para él, seductores al principio y más tarde recrudecedores de apetitos primitivos y de la autodestrucción.

Como obra digna de su tiempo, existencialista y angustiante, relata otro intento de escape de un modo de vida monótono, ordinario, vacuo, de prisiones autoimpuestas y de constantes choques que frustrarán el deseo motor del protagonista central. Preso de un desequilibrio mental propulsado por la bebida, tramará la limpieza de todo rastro del destrozo que causó en calidad de autor y/o cómplice y de paso se vengará de quien él considera el principal instigador de todos sus males: el personaje interpretado por Donald Pleasence, quien al final resulta casi que una figura mefistofélica.

El pujar infructuosamente por la consolidación de un sueño, que este le estalle a uno en la cara y refleje una fiera bestia interior es motivo para que el acongojado Grant se encuentre de nuevo en la misma encrucijada que al principio, condenado a vivir un tortuoso ciclo sin fin.

domingo, 12 de septiembre de 2010

Últimos días de la víctima (1982) Adolfo Aristarain

-"Las mujeres solo traen problemas"- esa frase es pronunciada constantemente en las tres obras de Adolfo Aristarain que he tenido la oportunidad de visionar esta semana.

Parecen resumir que en su cine, inevitablemente y para desdicha de aquel inadaptado, miserable y añoso protagonista masculino, capaz de llegar al mismo infierno por intereses materiales; el camino siempre se le trunca por culpa de una fémina.

Aquí no hay excepción a esa regla. Aristarain vuelve a las calles para retratar el oficio puntual y metódico de un asesino a sueldo (otra vez un formidable Federico Luppi) un ser sin la menor compasión por el prójimo, a excepción notoria de un colega (Ulises Dumont, secundario de lujo de cada entrega del director) y de, por supuesto, unas cuantas mujeres que le saldrán al paso. Pero hay una en especial frente a la que su "ética profesional" comienza a flaquear, nada menos que la mujer de su siguiente víctima.

Me arriesgo a decir que esta sombría exposición de la solitaria vida de un artista del crimen no tiene nada que envidiarle a lo mejor del cine polar de Jean-Pierre Melville (Le doulos, le samourai) que Luppi está una vez más en estado de gracia, y que la trama laberíntica bien podría hacer orgulloso hasta al más versado literato nacido en tierras gauchas, Jorge Luis Borges.